Medir el brillo de cielo nocturno es fundamental para cuantificar los daños.
Las primeras luces artificiales tuvieron lugar allá por el año 1807, cuando Frederick A. Winsor iluminó uno de los lados de la calle Pall Mall de Londres. En España, Jerez fue la primera ciudad en instalar el alumbrado eléctrico público. Desde entonces, hace poco más de doscientos años, la luz artificial no ha parado de crecer, inundando todo cuanto nos rodea en las zonas urbanas. Pero los entornos rurales tampoco se libran; la dispersión en la atmósfera de la luz artificial también les afecta.
La contaminación lumínica nocturna (LAN, de las siglas en inglés Light at Night) se refiere al exceso de luz artificial en el entorno nocturno, que altera la oscuridad natural del cielo. Este fenómeno es causado principalmente por el uso ineficiente y excesivo de fuentes de luz artificial, como las farolas, los anuncios luminosos, la iluminación de edificios y otras luces exteriores.
La LAN es un problema creciente que afecta no solo a los astrónomos, sino también al medio ambiente y a la salud humana. Desde el resplandor del cielo que oculta las estrellas hasta las luces intrusivas que alteran los ecosistemas nocturnos, la LAN presenta un desafío significativo para la observación astronómica y la conservación de nuestro entorno natural.
Javier Parra y Miquel Serra
Artículo completo en la revista de noviembre de 2024.