
Gracias a Galileo, Copérnico, Kepler, Newton y otros muchos científicos, hacia finales del siglo XVII nuestro Sistema Solar quedaba «completamente» caracterizado. Usando la ley de la gravitación de Newton era posible explicar la interacción de los planetas con el Sol; y aplicando las leyes de Kepler se podía predecir la posición de todos ellos en sus órbitas. Tal fue el nivel alcanzado en mecánica celeste que el planeta Neptuno fue descubierto en 1846 gracias a los cálculos realizados por el matemático francés Urbain Le Verrier y el británico John Couch Adams al percatarse ambos de que las irregularidades observadas en Urano, descubierto casualmente en 1781, podían explicarse contando con la presencia de otro cuerpo planetario.