De vez en cuando aparecen en la prensa noticias relacionadas con lunas de sangre, superlunas o lunas de nieve. Es difícil seguirle el ritmo a tanta luna. Existe una creencia bastante extendida que le atribuye a la Luna, sobre todo cuando está llena, muchas propiedades. La realidad es que la gravedad que nuestro satélite ejerce sobre nuestro planeta es la misma en todas sus fases, pero a pesar de ello las historias se repiten: nacimientos y asesinatos, ciclos menstruales, clima, pelo, vino, sangre, savia e incluso la personalidad se consideran modulados por sus ciclos de luz. El origen de estas creencias es antiguo y la ciencia, hoy en día, todavía no ha conseguido que nos quitemos de encima muchas de las supersticiones que impregnan la relación que tenemos con la Luna. Quizás porque el relato sobre el mundo y la naturaleza que proporciona la mitología es sencillo; el de la ciencia, sin embargo, parece solo accesible a un reducido círculo de informados y escépticos. Y ese mismo escepticismo que es necesario y fundamental para el avance de la ciencia es el que cuando se carece de los conocimientos básicos para corroborar los hechos se convierte en una plaga peligrosa transformada en las teorías de conspiración pseudo-científicas que últimamente proliferan como las setas en otoño.