Cuando consultamos un manual de historia del antiguo Egipto y vemos cómo su cronología está dividida en periodos, dinastías y series de monarcas, lo que estamos haciendo es ordenar, en cronología relativa, una sucesión de acontecimientos. Es decir, simplemente estamos posicionando lo que fue antes o después de cualquiera de las referencias que se presenten. Esto lo podemos hacer gracias a la enorme cantidad de documentación que ha llegado a nosotros. Incluso gracias a esa misma documentación, que nos puede aportar datos como la duración del reinado de esos monarcas, podríamos indicar, con una buena aproximación, en qué siglo pudieron reinar faraones como Tutankhamon, Ramsés II o muchos otros gobernantes del antiguo Egipto.
Sin embargo, toda esta información histórica y arqueológica no es suficiente como para poder presentar una cronología precisa, absoluta, de los diversos reinados. Siendo así ¿por qué los egiptólogos proponemos, en muchos casos, fechas absolutas para indicar cuándo reinó un monarca como Ramsés? ¿Qué herramienta tenemos a nuestro alcance para que, al hablar de acontecimientos históricos ocurridos miles de años atrás, seamos capaces de ofrecer tal precisión? La respuesta, en este caso, la tenemos en la astronomía, que se convierte así en una disciplina fundamental para resolver, en ocasiones, cuestiones de cronología.