60 años de Gagarin
El mes pasado se cumplieron sesenta años de una de las efemérides más importantes en la historia de la exploración espacial: el 12 de abril de 1961, el cosmonauta Yuri Gagarin se convertía en el primer ser humano en salir al espacio. Y a fecha de hoy, no llegan a seiscientas el número total de personas que han abandonado la atmósfera terrestre (más allá de ese límite un tanto arbitrario de los 100 km de altura). La profesión de astronauta sigue siendo, sesenta años después de Gagarin, una excepcionalidad.
Hace justo una década, con motivo del cincuenta aniversario de la hazaña de Gagarin, escribíamos en esta revista que las incursiones del ser humano al espacio siguen estando limitadas a dar vueltas y más vueltas a apenas unos cientos de kilómetros de altura, prácticamente todas a bordo de la Estación Espacial Internacional.
En apariencia, nada han cambiado las cosas en estos diez años. De nuevo hay, parece que esta vez con más visos de hacerse realidad, proyectos de llevar humanos a la Luna a corto y medio plazo –el programa Artemis de la NASA, por ejemplo–, y nuevas estaciones espaciales tripuladas, como la Tianhe china en órbita terrestre o la Gateway lunar, están cerca de comenzar su construcción. Todo, con la habitual y exasperante lentitud de las «cosas del espacio», totalmente dependientes de los dineros públicos y del interés político y económico del momento.
Y, no obstante, parece que algo diferente asoma en el horizonte. Hasta ahora, únicamente las agencias espaciales gubernamentales de Rusia, EE. UU. y China han puesto astronautas en órbita por sus propios medios. Pero la empresa privada ha comenzado a romper ese monopolio: SpaceX primero, con su cápsula Crew Dragon es la que ha abierto el camino, a la que seguirán en breve otras iniciativas. Quizás la excepcionalidad de ser astronautas como el pionero Gagarin está más cerca de dejar de serlo.